Jaime García Chávez
15/11/2021 - 12:01 am
AMLO y su estrechez para comprender el mundo
En realidad a López Obrador no le importa lo qué suceda en el mundo, o dicho de otra manera, no está en sus prioridades, a contracorriente de lo que ha sido la política exterior del país.
No nos engañó. Cuando López Obrador estuvo en campaña dijo que la política interior de nuestro país, si él ganaba la Presidencia, iba a ser la piedra angular de la política exterior.
En el mundo actual y en los más destacados estudios de derecho internacional a esa visión se le considera un despropósito, una anticualla, que nos recuerda que las primeras defensas de la soberanía de los países se medían por el alcance de los rudimentarios cañones que se poseían. Para decirlo lisa y llanamente, esa premisa no puede conducir a las conclusiones que marcan las relaciones de estados y naciones entre sí, en un mundo tan complejo como el que tenemos en la actualidad.
López Obrador pronunció –leyó– un discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, organismo este que actualmente preside México por el sistema de rotación dispuesto para que dentro de un conjunto se llegue al elevado cargo de tan importante instancia mundial. Como jefe del estado mexicano y por ende responsable de su política exterior, porque así lo establece la Constitución, pudo haber buscado la oportunidad de hablar ante la Asamblea General para que el foro fuera el adecuado, el empleado de manera convencional, como lo han hecho incluso personajes como Fidel Castro o Ernesto “Ché” Guevara.
Pero no fue así, y la Cancillería mexicana mostró debilidad al encontrarle un inadecuado espacio, que por otra parte no se le iba a negar hasta por simple urbanidad, harto explicable en un organismo internacional como es Naciones Unidas. El hecho es que llegó a una alta tribuna y de una u otra manera se registró su discurso, aunque luego vinieron las críticas procedimentales de que la ventanilla empleada no era la correcta.
El presidente cometió varios dislates. Si bien la ONU es cuestionada en no pocos aspectos de su desempeño, la verdad es que ha jugado un rol muy importante en la Posguerra. La Declaración de los Derechos Humanos, por sólo poner un ejemplo, orientó muchos de los movimientos insurgentes para liquidar el colonialismo en África, y vaya que si en algún lugar del planeta hay pobres, es precisamente en este continente.
Por otra parte, López Obrador olvidó la naturaleza de la propia organización y las contradicciones que la han surcado a lo largo de su existencia, como en la etapa en el mundo bipolar que desató la Guerra Fría, o los peligros de las guerras especiales que hubo y hay todavía. Pero destaco aquel mundo en el que el temor a las guerras termonucleares era constante y afectaba a millones de personas que vivían en la amenaza permanente.
Si bien es cierto, en ese sentido, que la ONU merece reproches, no es correcto que se asista para cuestionarla sin más ni más, como tampoco es correcto que se prodigue un discurso que sólo puede tener como destinatario a nuestro país. En otras palabras, allá fue a proponer lo que dice que realiza aquí. Pero aun en esto el discurso fue falaz porque ni siquiera se ha dado, ni se dará, la reforma fiscal estructural y redistributiva que el país requiere y que necesariamente afectará a los que más tienen, en la lógica expuesta en Nueva York.
La política internacional de un país como México ha tenido momentos brillantes, por ejemplo al darles una patria a los republicanos españoles, o lo dicho en Punta del Este al calor de las agresiones a la Revolución cubana durante sus primeros años de vida.
Dicho de otro modo, tejer decisiones internacionales o multilaterales es difícil, no basta ir a predicar un evangelio de buenas intenciones para que las cosas sucedan. Esas intenciones pueden ser para la axiología profundamente valiosas y hay que decirlas, pero hay que saber dónde, y en este caso el Consejo de Seguridad no fue el adecuado. Esto no es un mero formalismo, como algunos han querido verlo. Es más bien producto de la impericia y la tosudez, pues incluso dentro de la ONU hay otros foros más adecuados.
En realidad a López Obrador no le importa lo qué suceda en el mundo, o dicho de otra manera, no está en sus prioridades, a contracorriente de lo que ha sido la política exterior del país. Incluso un demagogo populista de la talla de Luis Echeverría tuvo los arrestos suficientes para proponer la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que contó en su momento con la aprobación de 120 países miembros de la ONU, lo que no se puede tachar como cualquier cosa.
Deseo recuperar de mi memoria un hecho. En el Comité Ejecutivo Nacional del PRD que presidía entonces López Obrador, fui encargado de la Secretaría de Estudios y Programa, y con ese motivo me tocó participar y recomendar propuestas para un evento que se celebró en la Ciudad de México a principios de 1999 por la Internacional Socialista, a través de un foro denominado “Progreso Global”.
A este asistieron figuras de gran importancia como los exprimeros ministros Felipe González, de España; Mike Moore, de Nueva Zelanda; Simón Peres, de Israel; y el expresidente argentino Raúl Alfonsín. También asistió la disidencia cubana y empresarios como Carlos Slim y Lorenzo Zambrano. Por México estuvieron figuras con gran experiencia en política exterior, como Porfirio Muñoz Ledo, que fue presidente del Consejo de Seguridad de la ONU en esa época y además muy relacionado con la socialdemocracia del último cuarto del siglo pasado.
Pues bien, dispuesto todo para que la izquierda mexicana estuviera representada por Andrés Manuel López Obrador, este despreció el evento, no asistió y le hizo el vacío. Yo asistí, ante esta ausencia, sin representación alguna.
Desde entonces tengo la convicción de que el ahora presidente está afectado de una estrechez de miras para comprender nuestro mundo y cómo insertarse de la mejor forma para encarar los grandes retos, que no se van a resolver ni al corto plazo ni con la simple exposición de un rosario de buenas intenciones, dichas por lo demás en un lugar que no era el propicio.
Pero así es la necedad y reconozco que no hay engaño.
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